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Bienvenidos al blog de los guardianes de los libros, de las palabras, de los sueños y emociones. Después de todo, las palabras son lo único que permanecen...

sábado, 5 de marzo de 2011

Romance de la muerte del Príncipe Don Juan

princip.jpg     Tristes nuevas, tristes nuevas                
     que se cuentan por España:
     que ese príncipe don Juan
     está malo en Salamanca,
     que cayó de su caballo
     a las puertas de su amada
     por cortar un ramo verde
     y ponerlo a su ventana.
     Siete doctores lo cuidan
     de los mejores de España;
     miran unos para otros,
     dicen que su mal no es nada.
 


    Sólo falta por venir                                  
    aquel doctor De la Parra
    Estando en estas razones
    cuando a la puerta llegaba
    cabalgando en mula prieta,
    collar de oro en la garganta.
    Hincó la rodilla en tierra
    y la lengua le mirara;
    trae solimán en el dedo
    y en la lengua se lo planta.
    Luego que le toma el pulso
    de esta manera le habla:
   
   -Confiésese Vuestra Alteza,
    mande ordenar bien su alma.
    Tres horas tenéis de vida,
    la una ya va pasada.
   
    
    Estas palabras diciendo
    el Rey su padre llegaba:
   
    -¿Cómo te va, hijo mío,
    regalo de la mi alma?
   
    -Bien me va, mi padre, bien,
    porque Dios así lo manda;                                                    
    no lo siento por mi muerte
    que de morir nadie escapa.
    Pésame de mi esposita,
    es niña y queda preñada.
    Si la infanta pare niña,                                        
    reina es de Salamanca;
    si la infanta pare niño,
    rey será de toda España.
    Si se quiere ir a su tierra,
    enviármela acompañada,
    que no digan sus parientes
    que quedó desamparada;
    de las arras que le di
    por Dios no le quitéis nada,                                          
    si no es el anillo de oro
    que le di de enamorada,
    ése mando que lo den
    a mi hermana doña Juana.

    -¡Arredraos, caballeros,
    que ahí viene la enamorada,
    desmelenado el cabello,
    el rostro bañado en agua!

    -¿Dónde vienes, la mi luna?,
    ¿dónde vienes, la mi alma?
   
    -Vengo de San Salvador
    de oír la misa del alba,
    de pedir a Dios del cielo
    te levante de esa cama.

    -Sí me levantaré, sí,                                                            
    el lunes por la mañana                                                                                  
    en un ataúd de pino                                                        
    y una sábana de Holanda;
    me llevarán a la iglesia
    mucha gente en mi compaña;
    tú te quedarás llorando
    muy triste y desconsolada.

    -Amante del alma mía,
    amante mío del alma,
    tomarás esta perita
    en vino blanco mojada

    -Sí la comeré, mi esposa,
    por ser de tu mano dada.


    Juntaron rostro con rostro,
    juntaron cara con cara.
    Llora el uno, llora el otro,
    la cama riegan en agua.
    -¡Ay de mí, triste viuda,
    viuda recién casada!
    ¡Con seiscientos caballeros
    yo pasé la mar salada,
    ahora la pasaré sola,
    triste y desconsolada!
    El suegro que a punto estaba
    luego acudió a levantarla:                   
    -¡Arriba, arriba, mi nuera,
    no quedas desamparada!

Tuvo fortuna la niña:
    no quedó desamparada,
             que él murió a la media noche,
      la niña al riscar el alba.   

      

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